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Agroenergía: Mitos y impactos en America Latina

Realizado por Rede Social de Justiça e Direitos Humanos e Comissão Pastoral da Terra

08 / 2007

La Matriz Energética

Recientes estudios sobre los impactos causados por los combustibles fósiles han contribuido para poner el tema de los agrocombustibles en el orden del día. Actualmente, la matriz energética mundial está compuesta por petróleo (35%), carbón (23%) y gas natural (21%). Diez de los países más ricos, solos, consumen cerca del 80% de la energía producida en el mundo. Entre éstos, los Estados Unidos producen el 25% de la contaminación atmosférica.

Brasil es el cuarto país del mundo que más emite gas carbónico hacia la atmósfera. Esto ocurre principalmente como consecuencia de la destrucción de la selva amazónica, que representa el 80% de las emisiones de carbono del país. La expansión de monocultivos para la producción de agroenergía tiende a profundizar este problema, ejerciendo una presión cada vez mayor sobre la frontera agrícola de la Amazonia y del cerrado brasileño. Brasil es prácticamente autosuficiente en producción de energía. Por lo tanto, la expansión de la producción de agrocombustibles tiene como objetivo central atender la demanda de otros países, lo que puede acelerar el calentamiento global en lugar de contribuir para la preservación del planeta.

La aceleración del calentamiento global es un hecho que pone en riesgo la vida del planeta. Sin embargo, hay que desmistificar la principal solución señalada actualmente, difundida a través de la propaganda sobre los supuestos beneficios de los agrocombustibles. El concepto de energía “renovable” debe ser discutido desde una visión más amplia que considere los efectos negativos de estas fuentes.

Aprovechándose de la legítima preocupación de la opinión pública internacional a causa del calentamiento global, grandes empresas agrícolas, de biotecnología, petroleras y automotrices se dan cuenta de que los agrocombustibles representan una fuente importante de ganancias.

Un cambio en los actuales patrones de consumo, principalmente en los países del hemisferio norte, es imprescindible, pues ninguna fuente alternativa de energía sería capaz de suplir la actual demanda. No obstante, la opción por la reducción del consumo es prácticamente excluida del debate oficial cuando se trata de discutir medios de disminuir la contaminación atmosférica. El primer paso en este sentido debería ser la inversión masiva en transportes públicos, además de políticas de racionalización, contención de desperdicio y ahorro de energía, y de la implementación de una diversidad de fuentes alternativas y verdaderamente renovables.

Sin embargo, a partir de los años 20, tras la Primera Guerra Mundial, se construyó la fase del capitalismo conocida como “fordismo”, basada en la poderosa industria automotriz creada por Henry Ford, con estrechos vínculos con el sector petrolero. “La humanidad de la era industrial sacrifica tiempo, espacio, riquezas naturales y, a veces, las propias vidas por esas máquinas a las cuales los publicitarios atribuyen virtudes mágicas”, describe el periodista Antonio Luiz Costa, de la revista Carta Capital.

En 1973, se debía a los vehículos automotores el 42% de las emisiones de gas carbónico. Este índice subió al 58% en 2000 y la tendencia de aumento permanece. Analistas estiman que, dentro de 25 años, la demanda mundial de petróleo, gas natural y carbón habrá aumentado en un 80%.

La Organización Mundial de la Salud alerta sobre 1,2 millones de personas que mueren y 50 millones que quedan incapacitadas por año como consecuencia de accidentes de tránsito. En los Estados Unidos, los accidentes automovilísticos son la principal causa de muertes de personas hasta los 44 años. En ese país, los vehículos ocupan el 43% del espacio de las ciudades, siendo 33% por las calles y 10% para estacionamientos, y existen 770 automóviles para cada mil personas.

Pensar que la solución para salvar la vida en nuestro planeta es seguir abasteciendo la misma cantidad de vehículos, ya sea con combustibles fósiles o con agrocombustibles es, como mínimo, ingenua. Además de su inviabilidad económica, los agrocombustibles causan serios problemas ambientales, como veremos más adelante.

Las guerras por fuentes de energía

La mayoría de las guerras de las últimas décadas tienen como factor central el control de fuentes de energía. En este escenario, la política energética de los Estados Unidos, seguida por otros países de Europa, puede determinar la opción por un conflicto armado o invasión de territorios extranjeros. Además de representar un tema central en su política externa, el gobierno de los Estados Unidos aspira a garantizar el monopolio de fuentes de energía (tradicionales o alternativas) por parte de grandes empresas.

Muchos conflictos armados y procesos de militarización implican también el interés por el control de fuentes naturales de agua, que tienen, entre otras funciones, la de generar energía.

Según estimaciones de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), 1.200 millones de personas no tienen acceso a agua potable y 2.400 millones no tienen acceso a saneamiento básico. Cada año, cerca de 2 millones de niños mueren por enfermedades causadas por agua contaminada. En los países más pobres, uno de cada cinco niños muere antes de los cinco años de edad por enfermedades relacionadas a la contaminación del agua. El Relator Especial de la ONU sobre Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler, caracteriza esta situación como un “genocidio silencioso”.

El agua es un recurso natural insustituible. Si se mantiene el actual ritmo de destrucción de sus fuentes, la mitad de la población mundial quedará sin acceso a agua potable dentro de tan sólo 25 años. El aumento de los monocultivos tiende a profundizar la violación el derecho fundamental de acceso al agua para el consumo humano.

Sin embargo, el estándar de vida basado en el alto consumo de energía está garantizado para los sectores privilegiados en los países centrales y periféricos, mientras que la mayoría de la población mundial no tiene acceso a servicios básicos. Según el instituto World Energy Statistics, el consumo per capita de energía en los Estados Unidos es de 13.066 kwh, mientras que la media mundial es de 2.429 kwh. En América Latina el promedio de es 1.601 kwh.

Con el proceso de privatización de estos servicios, hay un interés aún mayor por parte de las empresas transnacionales que lucran con esta política.

El monopolio privado de las fuentes de energía está garantizado a través de cláusulas presentes en los Acuerdos de Libre Comercio (bilaterales o multilaterales), en las políticas implementadas por el Banco Mundial y por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que estimulan desde la mercantilización de bienes naturales hasta el desarrollo de megaproyectos de infraestructura y de la industria de la guerra.

En América Latina, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estimula la producción de agrocombustibles con el argumento de que debemos utilizar nuestros “enormes potenciales de tierra cultivable, condiciones climáticas y costos de manos de obra”. El Banco ha anunciado recientemente su intención de invertir 3 mil millones de dólares en proyectos privados de agroenergía.

La Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA) también prevé una serie de grandes proyectos energéticos. Sin embargo, este modelo de integración sigue el patrón histórico que, desde la colonización, ha favorecido los intereses de grandes empresas y cumplido con el objetivo de exportar materia prima barata y recursos naturales a países centrales o metrópolis.

En este contexto, el papel de los países periféricos es proveer energía barata a países ricos, lo que representa una nueva fase de la colonización.

Las actuales políticas para el sector son sustentadas en los mismos elementos que marcaron la colonización: apropiación de territorio, de bienes naturales y de trabajo, lo que significa una mayor concentración de la tierra, del agua, de la renta y del poder.

* Este dosier « Agroenergía: Mitos y impactos en America Latina » está tan disponible en inglés, portugués y francés.

Índice

En Centroamérica, el cultivo de la caña de azúcar es una de las actividades agroindustriales más rentables, debido al volumen y control de los mercados por parte de los principales ingenios. Estos últimos, en toda la región, pertenecen a los miembros de las clases dominantes y ellos son los que marcan la pauta en la producción y comercialización del azúcar, subordinando a los pequeños o medianos productores de caña que participan del proceso productivo, normalmente como proveedores de materia prima.

Guatemala es el tercer país exportador de azúcar de Latinoamérica y el primero de Centroamérica. En orden de importancia le siguen El Salvador, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Panamá.

Pero este panorama empresarial contrasta de forma violenta con la realidad que viven los trabajadores y trabajadoras en las plantaciones de azúcar y en los ingenios de toda la región.

* Costa Rica, Nicaragua y Honduras

* Guatemala

Problemas comunes relacionados con el monocultivo de la caña en diversos países de América Latina y el Caribe:

  • Los trabajadores son estimulados a través de la competencia en el corte de la caña y de las “premiaciones” a los que cortan más. Esta práctica ha causado serios problemas de salud e incluso la muerte de trabajadores.

  • Hoy los asalariados en muchos países, principalmente en América Central, están impedidos de tener sus organizaciones. Cuando las tienen, están bajo el control de las empresas.

  • Los trabajadores no tienen control sobre el pesaje de su producción, lo que estimula la explotación.

  • El contrato de mano de obra normalmente no lo hace directamente el dueño de ingenio y o el proveedor de caña, sino el “gato” o intermediario. Con esto, los dueños de ingenio y/o latifundistas huyen a la responsabilidad sobre la violación a la legislación laboral.

  • Niños y adolescentes son impedidos de frecuentar escuelas porque tienen que trabajar en el corte de la caña.

  • En algunos países, las mujeres no son contratadas, pero van al corte de caña, siendo que el que cobra el sueldo es el hombre.

  • Las condiciones de los alojamientos en los ingenios son inhumanas, sin condiciones sanitarias adecuadas.

  • La alimentación de los trabajadores es precaria. Es común la distribución de sustancias químicas estimulantes para forzar el trabajo pesado.

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