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Un indígena punk en la montaña de guerrero

De Tlapa a Nueva York: sincretismo y búsqueda de identidad de un joven migrante

Yenisey RODRÍGUEZ CABRERA

07 / 2005

El estado de Guerrero está ubicado al sur de la República Mexicana, sobre el Océano Pacífico. Posee terrenos muy accidentados porque está atravesado por la Sierra Madre del sur, la cual se caracteriza por tener una altura casi constante de 2 mil metros aunque cuenta con algunos picos que sobrepasan los 3 mil metros. Tradicionalmente se ha denominado “Sierra” al sector occidental de la Sierra Madre y “Montaña” al sector oriental pero de acuerdo a los criterios de regionalización que se basan en las características geográficas, económicas y sociales, el estado de Guerrero está dividido en siete regiones: La Tierra Caliente, la Zona Norte, la Zona Centro, la Costa Chica, la Costa Grande, Acapulco y La Montaña.

A diferencia de las otras regiones del estado, la región de La Montaña tiene la particularidad de concentrar tres de los cuatro grupos indígenas que viven en la entidad: los nahuas, los mixtecos y los tlapanecos, por lo que más de la mitad de la población es indígena. El 90% de los habitantes de esta región se concentran en el área rural y se dedican a labores agrícolas en terrenos cerriles, de escasos rendimientos y baja productividad. Sus condiciones de vida son conocidas en el ámbito nacional e internacional por presentar los niveles más bajos de desarrollo y marginación. Además, La Montaña de Guerrero posee los índices más bajos de ingresos económicos y el índice más alto de alcoholismo en el país. Ahí la desnutrición es creciente y las malas condiciones de higiene y salubridad abonan a las muertes infantiles y a la sempiterna presencia de enfermedades respiratorias y del estómago.

Con el paso de los años y la ausencia de oportunidades de trabajo bien remunerado, la región de La Montaña de Guerrero se ha convertido en una importante expulsora de mano de obra que se va, en menor medida, a otros estados de la República y en mayor número, a los Estados Unidos, sobre todo a la ciudad de Nueva York donde los guerrerenses encuentran trabajo en restaurantes, construcciones y bares, especialmente. A diferencia de otras regiones de México donde la mayoría de los emigrantes son varones jóvenes, La Montaña expulsa mujeres que encuentran trabajo de niñeras principalmente en Nueva York pero también en Los Ángeles.

En el corazón de La Montaña se encuentra la ciudad de Tlapa de Comonfort, donde viven cerca de 35 mil habitantes, muchos de los cuales nacieron en poblaciones aledañas. Si algo caracteriza a esta ciudad es que, en pleno siglo XXI y después del trastocamiento en la concepción de lo indígena que trajo el levantamiento indígena de 1994 en el estado de Chiapas, existe un racismo exacerbado hacia los habitantes originales. En esta ciudad vive Roberto Pérez, indígena mixteco-tlapaneco originario de Metlatónoc, pequeña localidad ubicada hacia el poniente de Tlapa y a la que se puede llegar después de tres horas de camino no pavimentado. Nacido dentro de una familia de nueve hermanos, Roberto se fue a vivir solo a Tlapa desde los ocho años, cuando estuvo listo para trabajar. Sus padres acordaron con los dueños de una casa del Barrio del Peligro que su hijo trabajara haciendo labores menores a cambio de que le proporcionaran un raquítico sueldo, los útiles para su escuela y la comida diaria. Cabe mencionar que el Barrio del Peligro se llama así debido a su cercanía con un río cuya corriente crece durante la temporada de lluvias y que en varias ocasiones ha arrasado con casas enteras.

Roberto nunca fue “bueno” para la escuela y apenas pudo terminar la primaria a la edad de 16 años. Ni siquiera intentó cursar la secundaria. Tal como hicieron sus hermanos mayores, sus primos y sus amigos más cercanos, Roberto terminó trabajando para ahorrar lo suficiente con el fin de pagar a un “pollero” (traficante de emigrantes ilegales) su cruce a los Estados Unidos. El pollero le consiguió papeles falsos en la Ciudad de México, con los que pudo comprar un boleto de avión con destino a Houston, Texas. A diferencia de otros emigrantes, él no tuvo que cruzar el desierto o nadar a través del río para pasar al otro lado de la frontera. Tuvo la suerte de contar con un pollero muy profesional que tenía sus “conectes” (acuerdos deshonestos) con gente del aeropuerto de “Gringolandia” (Estados Unidos), que le permitió seguir su viaje hasta Nueva York. Como los ataques del 11 de septiembre 2001 a la Torres Gemelas no habían ocurrido aún, las autoridades “gringas” (norteamericanas) no eran tan estrictas. Roberto llegó a Nueva York y se acomodó en un apartamento de tres recámaras donde vivían otros diez amigos y familiares de La Montaña. En esto también tuvo suerte: no vivió, como otros emigrantes, en el hacinamiento. Consiguió trabajo de lavaplatos en Manhattan. Como no es casado, sólo le mandaba una parte de su sueldo a su madre y el resto lo gastaba en salir con sus amigos y ‘divertirse’.

La vida de este chico parecía ser similar a la de varios mexicanos que se van a Estados Unidos en busca de un mejor salario. Pero Roberto, además de ser indígena y emigrante, tiene otra característica que lo hace ser particular: Roberto es “punketo”. Pero aunque se declare seguidor del punk —no darketo y mucho menos rockero— este chico no tiene idea de la forma como nació este género musical considerado para algunos como un género de vida. Desconoce que se originó en Nueva York pero que sólo tuvo éxito hasta que se conoció en Londres. Tampoco sabe con certeza que el punk fue un movimiento de jóvenes blancos, no negros ni latinos, hijos de la clase trabajadora, que al carecer de empleo y rechazar la forma de vida de sus padres, optaron por la rebelión, el descontento, el rechazo frontal a la conformidad y un modo estridente y extravagante en la manera de vestir y de peinarse.

Ver a Roberto por las calles de Tlapa resulta contrastante: con temperaturas que alcanzan los 40ºC en la época de mayor calor y de 33 grados el resto del año, él va completamente vestido de negro, con delineador en los ojos y con el cabello teñido de azul y levantado con gel. A este punketo de menos de 1.60 m de estatura no le faltan los accesorios de piel ni los estoperoles. Ya está acostumbrado a que la gente se burle aunque le molesta que a él y a sus amigos les griten palabras agresivas. A diferencia de sus amigos, piensa volver a “Gringolandia”, pues ya no quiere estar aquí. Roberto afirma que él sabe que es raro ver a un indígena ataviado como un punk en este “pueblucho”. Dice que no vive acá por gusto y que ya pronto se va a ir de regreso a los “United”. La razón de que haya regresado radica en que, tras un asesinato en el metro de Nueva York, algunos de sus amigos fueron detenidos por la policía. Al hecho de que son inmigrantes ilegales, mexicanos y jóvenes, se le agrega que son punks, lo que los hace aún más sospechosos.

Roberto escucha las canciones agresivas y confrontadoras de bandas como The Ramones, Sex Pistols y The Clash porque dice que, desde pequeño, siempre detestó la música de las bandas de su pueblo. Aunque no sabe lo que dicen todas las letras porque ni habla ni entiende el inglés, afirma que sí les “capta el mensaje” porque sus amigos de Nueva York se las tradujeron. Avergonzado, acepta dice que siendo adolescente llegó a escuchar al TRI (el grupo de rock callejero más famoso de México) pero que después ya no le gustó.

Roberto asegura que otra de las razones que lo identifican con el punk, aunque él sea indígena mexicano, es que los que escuchan esta música son “anarquistas”, por lo que él se declara abiertamente anarquista. Este joven ni idea tiene de los orígenes griegos de esta palabra y si le preguntas si conoce los enunciados de Max Stirner, Bakunin, Proudhon y Kropotkin, los teóricos más reconocidos de la lucha violenta contra la autoridad, abre mucho sus ojos y acepta que quizá alguna vez se los mencionaron pero que no se acuerda. Lo que él sí sabe es que odia al gobierno porque oprime a los jóvenes, porque deja que unos tengan mucho más que otros y porque permite que los mexicanos estén solos y sufran tanto allá en los Estados Unidos. Acepta también, aunque en voz baja, que así como no cree en el gobierno tampoco cree en dios, y menos va a la Iglesia, donde hay “puro cura aprovechado” (abusivo).

Roberto acepta que se volvió punk casi por casualidad, cuando uno de los chicos de su trabajo en Nueva York le enseñó la música. A él le gustó eso de vestirse de negro con tantos adornos y admite que le agrada que lo volteen a ver, aunque sea sólo por su atuendo. Cuando se regresó a México decidió mantener su imagen y se dio cuenta de que otros chicos que también habían estado en Estados Unidos y que ahora vivían aquí, en Tlapa, simpatizaban con él. En su grupo de amigos no es el único punk pero es el más amigable; también hay rockeros y skatos (seguidores de la música ska), a los que les habla pero con quienes se entiende menos.

Su razón más grande para irse de aquí y alejarse de sus amigos y de su madre es que, en los últimos meses, las peleas entre las pandillas de los barrios se están poniendo muy violentas y a él ya lo tienen identificado. Aunque parezca extraño, en esta minúscula ciudad el número de homicidios, robos y violencia en general ha aumentado crecientemente y se ha asociado con las bandas juveniles. El consumo de alcohol, que ya era alto, ha aumentado, lo mismo que la venta y consumo de marihuana. Además, la cocaína, que, según testifica Roberto, no se veía antes en Tlapa, ha aparecido, sobre todo después de que regresaron varias personas que habían vivido en Nueva York. Roberto dice que él “nomás” (nada más) le entra a la “mota” (marihuana) porque el alcohol no le gusta, pues pone tontas a las personas.

Si se quiere saber más de él, recomienda, “mejor hay que escuchar las letras” de su grupo favorito, los Sex Pistols.

Palavras-chave

integração regional, migração, sincretismo cultural, adaptação as mudanças culturais, identidade cultural


, México, América Latina, Tlapa de Comonfort, Guerrero.

dossiê

Integración regional en América Latina : Chile, Colombia, México

Comentários

Si bien es cierto que la realidad de La Montaña poco o nada tiene que ver con la vida en una ciudad como Nueva York, también lo es que, a final de cuentas, personas como Roberto se enfrentan en el exterior a la discriminación y al rechazo de los que son objeto en su propia tierra. Por eso, no podemos caer en el comentario fácil de afirmar que él adopta una realidad ajena, el punk, sin entenderla necesariamente. Justamente, Roberto entiende muy bien la esencia de ese movimiento –que es la reacción frente a la exclusión– y se identifica con ella ya que le hizo tomar conciencia de su situación marginal a través de las letras de las canciones.

El caso de Roberto es sui géneris; no es el más representativo de los jóvenes migrantes de La Montaña y tampoco es muy común. Al principio puede llamar la atención el hecho de que una ideología al parecer tan ajena al imaginario del indígena mexicano logre convencer a uno de ellos de que el gobierno y la religión católica deben ser cuestionados. Sin embargo, al conocer la historia de su vida, ya no parece tan raro. Con tantas ofensas a cuestas por su condición de pobre e indígena, a los que se aunaron la de emigrante ilegal y latino en Estados Unidos, no resulta muy difícil entender que alguien quiera destruir a los responsables de los agravios, sea punketo o no.

La situación particular de este joven indígena permite entrever además dos fenómenos del ámbito cultural. Primero, en intercambios artísticos-ideológicos, las fronteras físicas resultan fácilmente franqueables si se mantiene una actitud abierta y honesta frente a las manifestaciones culturales lejanas, que no ajenas. Segundo, se quiera o no, los intercambios culturales ocurren sin la mediación ni del Estado y ni de un razonamiento profundo. A veces tendemos a creer que la mejor manera de salvaguardar la memoria histórica de un pueblo es manteniendo incólumes sus tradiciones y costumbres y olvidamos que la cultura, como todo fenómeno histórico y social, es un proceso que está en permanente cambio y movimiento y que deja atrás concepciones puristas que se niegan a aceptar elementos novedosos. Roberto no tiene la culpa de identificarse más con una música ajena a su contexto natal que con la música propia de su región. Él simplemente es un sujeto que interactúa con su medio y contribuye a la transformación del mismo. A final de cuentas nada más que eso es América Latina: una conjunción y amalgamamiento de distintos procesos culturales, de diferentes tradiciones populares y de elementos “modernos” a los que no podemos —ni debemos— permanecer distantes.

Notas

Esta ficha fue realizada en el marco del desarrollo de la alianza metodológica ESPIRAL, Escritores Públicos para la Integración Regional en América Latina.

Fonte

Entrevista

Entrevista realizada a Roberto Pérez, indígena mixteco-tlapaneco de la región de “La Montaña”, en Guerrero, México. Actualmente radica en Nueva York, EUA y se desconoce su domicilio.

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