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diálogos, propuestas, historias para una Ciudadanía Mundial

Solas o acompañadas: el amor en los tiempos de la liberalización económicaes

La compatibilidad del trabajo, la pareja y la maternidad para las mujeres del México neoliberal

Yenisey RODRÍGUEZ CABRERA

07 / 2005

México ha atravesado en los últimos 25 años por una serie de medidas económicas que los expertos han dado en llamar “neoliberales”. No sólo se privatizaron gran parte de las rentables empresas estatales y se abrieron las fronteras al comercio norteamericano e internacional; también se redujo el presupuesto destinado al gasto social, lo que colocó al país en la órbita de los problemas concomitantes a un ajuste estructural: pobreza, desempleo, ausencia de oportunidades de desarrollo profesional en el mercado laboral, entre otras. Pero la liberalización de la economía, que ha marcado la vida de toda una generación nacida al final de la década de los setenta, ha venido a cambiar también el imaginario femenino y su concepción sobre una de la esferas más importantes de la vida de cualquier ser humano: el amor.

A diferencia de las mujeres que viven en las naciones desarrolladas, donde aún existen ciertas salvaguardas del Estado de Bienestar y donde la posesión de una carrera universitaria más o menos garantiza la obtención de un buen salario, las mexicanas jóvenes que optan por estudiar una licenciatura con el objetivo final de realizarse como profesionistas, se enfrentan a una realidad cruda: la ausencia de espacios propicios para su desempeño profesional. Este fenómeno cada vez más presente y extendido, deviene frustración y transformación del imaginario femenino, donde cada vez se concibe de manera más compleja su papel tradicional dentro de la sociedad.

Hasta hace varias décadas, las expectativas de las mujeres mexicanas se limitaban a tener y cuidar una familia para toda su vida. Tras la denominada “liberación femenina”, las perspectivas de las jóvenes se ampliaron a estudiar, si querían; a incorporarse al mercado de trabajo, si así lo decidían; y a tener hijos y un esposo del que se podían separar si así les convenía. Actualmente, hay algunas mujeres mexicanas que, ante la apremiante situación económica pero también ante el aumento de sus expectativas de desarrollarse como seres humanos íntegros, vacilan ante disyuntivas muy reales: vivir solas o vivir con pareja; tener o no tener hijos; casarse o ejercer plenamente su profesión.

Tres mujeres jóvenes mexicanas son un ejemplo palpable de ese nuevo dilema. Todas crecieron en el seno de familias que impulsaron en todo momento el desarrollo de sus capacidades intelectuales, algo no muy extendido en el México de hoy. También experimentaron el hecho de vivir ya sea en otro país o solas desde su mayoría de edad apoyadas moral y económicamente por sus padres, acción todavía menos común en el país. Estudiaron su profesión en una universidad pública, la que mayores montos recibe del gobierno federal, en una nación donde menos del 1% de los jóvenes logra entrar a una institución de educación superior. Además, poseen gustos similares en cuanto a música, cine, teatro y al nivel de vida que desean para ellas en el futuro. Todas viven en la Ciudad de México.

Si comparten tantas cosas no resultaría raro que tuvieran una similar actitud ante el amor de pareja y el tema del desarrollo profesional y su compatibilidad con la posibilidad de ser madres o de vivir en pareja. Sin embargo, a sus 28 años, ellas han tomado decisiones distintas a las disyuntivas antes planteadas. Una de ellas se inclinó por tener hijos, casarse y vivir en pareja; las otras dos por lo contrario.

La primera obtuvo su título universitario con una tesis que versaba sobre la logística como ventaja competitiva en las empresas mexicanas. Con este trabajo obtuvo el Premio Nacional del Instituto de Fronteras y Aduanas. Ella nunca ha tenido una orientación política definida y no desdeña su inserción en el ámbito empresarial. Pero esta chica que habla perfectamente inglés, algo de francés y portugués y que además de su carrera universitaria posee una carrera técnica en Comercio Internacional, no ejerce su profesión. Está casada con un Ingeniero Civil y tiene dos hijas, una de tres años y otra de un año de edad, a quienes cuida durante el día. La primera acude a la guardería tres días de la semana; la segunda sigue enteramente a su cargo. El sueldo de su esposo es suficiente para sostener a su familia y para tener un aceptable nivel de vida.

Aunque este cuadro no parecería catastrófico para el común de las mujeres mexicanas, ella considera que está pagando un costo muy alto por el hecho de estar casada. Aunque ama profundamente a sus hijas y a su marido, con quien lleva una buena relación, constantemente se siente frustrada y desaprovechada. Su temperamento y su formación abonan a experimentar estas sensaciones: ella siempre ha sabido de sus altas capacidades para trabajar con la presión a cuestas y siempre ha estado convencida de que su destino en la vida es el éxito en todos los espacios de su vida. Pero a la situación de sentirse poco productiva se aúna la presión externa, la de familia y amigos, que conociendo sus aptitudes esperan mucho de ella, como que tenga un buen empleo y que sea una buena madre y esposa. Aparte de todo, la falta de un ingreso propio le limita la toma de decisiones y eso no la hace sentirse plenamente feliz.

Ella sabe que debe conseguir trabajo para ayudar al gasto doméstico, pero no desea uno, tan común en estos tiempos de liberalización económica, que le exija trabajar más de ocho horas y firmar un contrato que no le garantice la posibilidad de construir una vivienda, su seguridad social ni la de su familia y menos que dure un tiempo razonable en el empleo. Desea hacer carrera como importadora y exportadora pero su situación familiar lo dificulta, pues su pleno desarrollo profesional implicaría dejar el cuidado de su hija menor a una extraña, lo que significaría una erogación extra. Así, a pesar de que siempre quiso tener una familia y, al mismo tiempo, una plenitud profesional y en otros ámbitos de la vida, sabe que tener ambas cosas es muy difícil, casi imposible. Siente como si lo que en discurso se promete a las mujeres inteligentes a lo largo de su vida, no concordara con la realidad.

La otra opción, la de vivir sola, no casarse y no tener hijos no está exenta de problemas. La segunda mujer optó por esta vía. Ella posee una maestría, habla perfectamente inglés y sabe algo de francés. Si hay algo fundamental en su vida es su compromiso político con “la izquierda” y no está dispuesta a trabajar en el ámbito privado. Pretende hacer una carrera en la docencia y la investigación y se prepara para hacer un doctorado en Europa financiado por una entidad pública, pues de otro modo sería imposible pagarlo. No tiene hijos ni marido, ni los quiere en este momento, aunque no lo descarta a futuro, aun cuando afirma que sólo tendría hijos en el caso de que encuentre una pareja. La situación ideal para esta joven mujer sería vivir sola en una zona bien ubicada de la ciudad pero la ausencia de un empleo se lo impide, así que tiene que vivir con sus padres. Le gustaría tener un hombre con el cual compartir su vida pero sabe por experiencia que son muy pocos los que en este país han acabado con su machismo o no lo han hecho sutil, como hacen los que dicen que son progresistas. Está cansada de que los hombres no negocien antes de imponer su voluntad y aunque sabe que la vida con una pareja podría abaratarle los costos de un apartamento, prefiere dejarle al tiempo la posibilidad de encontrar a la pareja más compatible, junto a la cual defienda sus convicciones políticas y no obstaculice su desarrollo profesional, al que tiene en la más alta estima.

La tercera chica posee también una carrera universitaria. Ante la falta de un empleo formal, se dedica a diseñar y vender accesorios para un nicho rentable, el de las mujeres de las clases altas. Vive, sin pagar alquiler, en un apartamento con el hermano de su madre y la verdad es que no tiene clara la forma en que será su vida en el futuro. No piensa casarse y mucho menos tener hijos; sin embargo, como todas, anhela encontrar un hombre con quien pueda ser feliz, uno que no dependa emocionalmente de ella y que le permita tener su propio espacio. Estar sola no es su meta y está consciente de que una vida compartida ayuda a reducir gastos pero prefiere su situación actual, aunque le disguste mucho no tener una casa propia, antes de sacrificar su libertad, la que considera su mayor logro en la vida. Pero, al igual que la anterior, ni su soledad y ni la potencial posibilidad de desarrollarse como profesional y como persona las hace completamente feliz.

Hijas de la crisis económica recurrente en México, estas tres mujeres viven una realidad caracterizada por la incapacidad de obtener un empleo que les satisfaga las expectativas monetarias y al mismo tiempo las haga sentirse realizadas personal y profesionalmente. Nacieron y crecieron en ambientes que impulsaban sus capacidades pero viven ahora en un contexto donde las oportunidades se les niegan. Tienen inoculado hasta la médula que pueden salir adelante solas y que ningún hombre se tiene que hacer cargo de ellas pero ya sea tomando una u otra decisión, el matrimonio o la soltería, están insatisfechas porque su vida afectiva está siendo bloqueada por factores de índole económico y cultural. Antes de ser profesionistas y madres son personas que quieren encontrar una pareja que las acompañe en este peregrinar por el mundo del empleo precario y las finanzas contingentes pero parece que tendrán que buscar una vía alterna hacia su completa felicidad.

Palabras claves

integración regional, rol de las mujeres, trabajo de las mujeres, discriminación de las mujeres, género, familia


, México, América Latina, México, D. F.

dosier

Integración regional en América Latina : Chile, Colombia, México

Comentarios

Quizá la vida de las mujeres aquí presentadas no es la más común en el México actual, ni siquiera en la misma Ciudad de México, y probablemente las disyuntivas a las que se enfrentan tampoco son las más comunes entre las mujeres de este país. Sin embargo, justo por parecer marginales muchas veces tienden a ser excluidas al momento de realizar análisis sobre los fenómenos culturales, donde casi siempre las protagonistas son las mujeres hechas víctima, las que sufren la violencia de los golpes o de la discriminación.

No siempre los problemas que afectan a las grandes masas son los únicos que existen. Como lo demostraría una rápida revisión de la historia de las mentalidades, la transformación de los imaginarios colectivos es lenta y gradual, pero real. Por eso, en el análisis sobre la identidad de los mexicanos de hoy no pueden quedar fuera las mujeres que comparten problemas con sus iguales de los países más desarrollados pero que además padecen las injusticias de una mala distribución de la riqueza y de una cultura con mayores tintes de machismo que la que existe en Europa Occidental o Estados Unidos. Así, lo que se intenta aquí es poner a discusión una problemática tal vez no muy extendida pero que existe y afecta la vida de las mujeres que se niegan a vivir de la misma manera en la que lo han hecho históricamente sus antecesoras y que no conciben el amor de pareja y la maternidad como el común de la mujer mexicana actual.

Ante un panorama político, académico y cultural donde las minorías no poseen la menor importancia, y mucho menos cuando no son ni “opresoras” ni “oprimidas” —los dos únicos papeles que el parecer se pueden representar para ser tomada en cuenta en la sociedad y en los análisis que de ella se realizan— resulta difícil relacionar la vida de las mujeres excluidas con la integración latinoamericana y con la formación de la identidad cultural de la región. Sin embargo, no lo es tanto si se quiere atender a dos hechos. Primero, la integración de América Latina no puede ser mientras se apuntale, como hasta ahora se ha hecho, a partir de un discurso que sólo mire y repare en las necesidades económicas y políticas de las instancias gubernamentales y no gubernamentales que la promueven. Segundo, la formación de una identidad latinoamericana no sólo se construye a través de los valores compartidos por las masas, pues de esta forma se deja a un lado a los diferentes, a los que ni piensan ni actúan como los demás y no por ello dejan de ser latinoamericanos ni de compartir una idiosincrasia. Sin ir más lejos: “común” no quiere decir ”igual” y “distinto” no significa “excluyente”.

Notas

Para ahondar sobre el tema se recomienda la lectura de los libros “El albergue de las mujeres tristes”, “Nosotras que nos queremos tanto”, “Antigua vida mía” y “Hasta siempre, Mujercitas”, de la escritora chilena Marcela Serrano, ganadora de varios premios internacionales de literatura. Asimismo, se aconseja ver un largometraje alemán de la directora Doris Dörrie llamado “Keiner liebt mich” (1994). Esta ficha fue realizada en el marco del desarrollo de la alianza metodológica ESPIRAL, Escritores Públicos para la Integración Regional en América Latina.

Fuente

Entrevista

Texto original basado en entrevistas realizadas a: PÉREZ MARTÍNEZ, Laura Patricia, Tel. (52-55) 5443-6432, lppm@hotmail.com; ORTEGA BAYONA, Berenice, Tel. (52-55) 5308-1523, bereniceob@yahoo.com; FIGUEROA LEÓN, Denise; (52-55) 5687-4629, siamito@yahoo.com.br

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