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El convenio Andrés Bello

Una mente abierta sobre la pertinencia de la integración

Martha BALAGUERA

07 / 2005

El Convenio Andrés Bello fue creado el 31 de enero de 1970 como una iniciativa de integración cultural para los países de América Latina. Integración cultural en sentido amplio, desde la mirada del Convenio, comprende no sólo lo referente a identidad cultural sino también los ámbitos de la educación, la ciencia y la tecnología. Es decir, cultura como componente determinante de la idea de desarrollo de los países de América Latina, impulsados por consideraciones de índole económica y social, pero también por la necesidad de reivindicar la autonomía y la validez del pensamiento propio.

El Convenio Andrés Bello es una institución intergubernamental que agrupa a Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, España, México, Panamá, Paraguay, Perú y Venezuela, con posibilidad de extender su cobertura a otros Estados sean o no latinoamericanos, pero que en todo caso le aporten al proceso de integración de América Latina.

En lo organizativo, son los Ministros de Educación de los países miembros quienes dirigen políticamente el alcance del Convenio, tanto como las adscripciones universales que los Presidentes de esos países hacen en el contexto de organizaciones multilaterales como las Naciones Unidas. En esta línea, se destaca la coherencia que quiere tener la acción del Convenio para el periodo 2006 – 2009 con los Objetivos de Desarrollo de la ONU para el Milenio, particularmente en lo relacionado con los mandatos de lograr la enseñanza primaria universal y la promoción de la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer.

En cuanto a la financiación, ésta proviene de las cuotas de ingreso de los países al Convenio, las cuales de ahí en adelante empiezan a ser administradas desde un fondo patrimonial realizando inversiones que producen otros ingresos. Así mismo, en Colombia –país sede del Convenio-, la Ley 80 permite que este organismo maneje fondos de instituciones locales, convirtiéndose en instrumento del desarrollo mediante la destinación de los rendimientos de esos fondos a obras de carácter social. Finalmente, las expectativas de financiación se dirigen a ampliar la figura de administración de fondos locales a los demás países del Convenio, así como al incremento de la cooperación internacional, que muchas veces se ha desarrollado como cooperación sur-norte en el apoyo que ha brindado el Convenio a la realización de eventos relacionados con su quehacer en países desarrollados.

De otro lado, más allá de la cooperación como fuente de financiación, el Convenio Andrés Bello considera necesaria la cooperación mutua y la coordinación de acciones con instituciones nacionales e internacionales que desarrollan proyectos de cultura, educación, ciencia y tecnología en América Latina y el mundo. En este sentido, le interesa que los acuerdos firmados con instituciones como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) para la Educación, la Ciencia y la Cultura, la Asociación Colombiana de Universidades (ASCUN), entre otras, “no se queden en letra muerta” y puedan contribuir de manera efectiva en el proyecto integracionista de América Latina.

Sin embargo, la mayor coordinación entre instituciones aún no arroja sus mejores frutos y, en muchos sentidos, el Convenio debe trabajar sin mucho apoyo, únicamente guiado por el compromiso con la integración educativa, cultural, científica y tecnológica de América Latina.

En este sentido, desde la última Reunión de Ministros del Convenio Andrés Bello, REMECAB, llevada a cabo en La Habana Cuba a inicios de 2005, se ha considerado necesario focalizar el horizonte de acción, porque la “amplísima carta de navegación del Convenio no puede cumplirse en un periodo”.

Así lo expresa Francisco Huerta, Secretario Ejecutivo del Convenio Andrés Bello, cuyo énfasis en la actual administración lo constituye la “Educación con Calidad y Equidad para la Integración”.

Sin abandonar el proyecto de construcción del Espacio Cultural Común de la anterior Secretaría Ejecutiva, Francisco señala que la educación deviene énfasis principal para el Convenio tanto por la necesidad de evitar la dispersión y, en tanto tal, la ineficacia, como por la urgencia educativa para los pueblos de América Latina, con integración o sin ella.

Y es que para Francisco, el proyecto de integración de América Latina no puede constituirse en una necesidad definida a priori, ni siquiera desde la perspectiva de una institución como el Convenio Andrés Bello, pensada desde el inicio como una institución para la integración educativa, cultural científica y tecnológica de los países ubicados de México para abajo.

Asimismo, considera que la cultura no debe erigirse a priori –y de hecho no lo hace- en el eje de esa integración, que sólo existe como idea sujeta a monitoreo.

A primera vista, este enfoque parece paradójico, no solamente desde una mirada somera que enfatice la posición desde la que habla Francisco como Secretario Ejecutivo del Convenio Andrés Bello, sino mucho más desde la constatación cotidiana de la integración cultural que como hecho histórico es incuestionable para América Latina. ¿Acaso no nos unen el pasado precolombino, la lengua, el mestizaje, el arte, la política y, en mayor o menor medida, el surgimiento de las sociedades y de los Estados nacionales? ¿Cómo poner en duda una integración cultural que a pesar de no ser prioridad en las políticas públicas de los gobiernos, sí la sentimos a diario los latinoamericanos?

Pues bien, la charla pausada pero apasionada a la vez de Francisco, lleva implícito un llamado de atención en términos de pertinencia. Para él, hay una necesidad imperiosa de tener la “mente abierta”, aunque ello implique redimensionar la esencia misma del Convenio. Se trata, en efecto, de tener la mente abierta sobre la pertinencia de la integración, pues “de tanto darla como una necesidad a priori, sirve para retórica bolivariana pero no para una acción concreta”.

La búsqueda de la pertinencia tiene que ver con la identificación de la eficacia de las acciones integradoras entre países de América Latina de cara al proyecto de sociedad que cada uno de ellos tiene. Pero no es una simple cuestión de escepticismo, pues de otro lado lo que Francisco quiere significar de fondo es que el llamado de atención sobre la pertinencia de la integración, es en realidad la pregunta ineludible por el cómo, concreto y real, de la integración. Y aquí no se cuestiona la integración de América Latina como hecho histórico, sino que se convoca con urgencia a pensar en la integración de América Latina como proyecto cultural y político.

En tal sentido, prioridad del Convenio es la recopilación y creación permanente de un pensamiento integracionista que plantee en términos claros cómo llevar a cabo un proceso de acercamiento, intercambio y acción conjunta basado en la solidaridad entre los pueblos latinoamericanos, que respete a la vez las identidades nacionales, sectoriales y étnicas y conduzca al efectivo logro de los fines colectivos de estas sociedades.

La recreación de este pensamiento integracionista en espacios de aprendizaje como la escuela, permitirá a los latinoamericanos el descubrimiento permanente de los lazos de identidad compartida y contribuirá a hacer evidente la integración como hecho histórico. Al mismo tiempo y como consecuencia de ese descubrimiento, se ampliarán las posibilidades para la integración de América Latina como proyecto de los latinoamericanos.

Es decir, el pensamiento integracionista del que habla Francisco, al vincular lo fáctico con lo ideal, remite a proyectar la cuestión estratégica de la re-integración de los países de América Latina.

Como se ha dicho anteriormente, la escuela es probablemente uno de los espacios con mayores posibilidades en el proceso de re-integración de América Latina. De este modo, se entiende la conveniencia para la integración del énfasis educativo que caracteriza la actual orientación del quehacer del Convenio. Sin embargo, independientemente del área privilegiada, sea educación, cultura o ciencia y tecnología, lo importante a la luz de esta perspectiva es la superación de una visión meramente económica de la integración, que sólo presenta resultados en el incremento de los flujos comerciales.

Aunque la integración como hecho económico parece irrefutable, ese tipo de realidad sobreviene a América Latina sin que parezca ser un camino de fortalecimiento de la identidad cultural, de creación de lazos de solidaridad ni de desarrollo.

Como en la actual administración esa re-integración o re-fundación de los lazos comunes se traduce en el énfasis educativo de la acción del Convenio, consiste entonces en el mejoramiento de la formación docente y de las prácticas pedagógicas y territoriales.

También consiste en definir la pertinencia –nuevamente- como parámetro de medida de la calidad de la educación, lo que implica flexibilidad para valorar y potenciar las especificidades de los países miembros y a la vez reclamar autonomía, así esto último conduzca a llevarle la contraria a la aparentemente inevitable globalización.

Asimismo, se refiere a que la equidad no la dé solamente el acceso a la educación, sino también la promoción de la equidad desde las prácticas formativas. Finalmente, radica en el ejercicio de entretejer “una visión que nos haga más viejos”; que nos permita repensarnos como pueblos con un pasado común mediante la creación de una “arqueología de la integración” que viene a ser la reinvención de una “arqueología no segmentada por países”.

Mots-clés

intégration régionale, communication et culture, éducation, relations Sud Sud


, Colombie, Amérique Latine, Antiguo Country

dossier

Intégration régionale au Chili, Colombie et Mexique

Commentaire

A pesar de que desde el punto de vista de los escritores públicos las experiencias que se quieren abordar se hallan en el mundo de los invisibles, el Convenio Andrés Bello es un referente que no puede obviarse a la hora de estudiar la integración regional específicamente en el campo de lo cultural. El proceso iniciado en 1970 con la firma de dicho Convenio, ha ido recreando la visión que se tiene sobre el deber ser de la integración cultural y los efectos que sobre el desarrollo de los países latinoamericanos tiene ésta.

Desde allí se ha planteado la idea de un Espacio Cultural Común, tanto en su realidad presente como en su calidad de meta a alcanzar.

En esta línea, la argumentación sobre los rasgos culturales comunes en la realidad actual de los países latinoamericanos encuentra un grado considerable de sensatez, pues invoca un pasado colonial y de lucha independentista compartido, así como un conjunto de rasgos tales como la ubicación geográfica, la lengua y las expresiones artísticas que obligan a reconocer la inminencia de un proceso de integración latinoamericana así sea de manera implícita e incipiente.

Pero más allá, en la medida en que la idea de integración cultural también se plantea como propósito, parece apropiado empezar por preguntarnos si la integración de los países de América Latina es un escenario deseable y no sólo posible.

Los escritores públicos hemos venido explorando diversas experiencias que dan cuenta de esa integración de hecho que subyace a las relaciones que se establecen en las fronteras –físicas y simbólicas- de nuestros países, pero en algunos momentos también nos hemos preguntado por la pertinencia de las acciones que promueven dicha integración.

En este caso, la experiencia institucional del Convenio Andrés Bello nos lleva cuando menos a cuestionarnos acerca de la compatibilidad que pueda tener la integración cultural como proyecto con la multiplicidad de identidades culturales y su reivindicación de autonomía. El reto en realidad es tanto la definición de tareas concretas para la integración como el mantenimiento de una visión crítica que no nos haga perdernos, no obstante, en una tendencia centrífuga que nos impida ir construyendo y fortaleciendo canales de comunicación y relaciones de solidaridad.

Notes

Francisco Huerta Montalvo, actual Secretario Ejecutivo del Convenio Andrés Bello, ha manifestado su gran interés en el proyecto ESPIRAL al constatar una empatía en los propósitos y una complementariedad en los enfoques.

Esta ficha fue realizada en el marco del desarrollo de la alianza metodológica ESPIRAL, Escritores Públicos para la Integración Regional en América Latina.

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